viernes, 30 de noviembre de 2007

Gestos con sentido


Doce días antes de fin de año, el abuelo Hans pelaba una cebolla. Separaba una a una sus capas y las iba colocando en doce pequeños platos. Cada capa representaba para él un mes del año venidero. El abuelo Hans observaba con detenimiento cada una y por su color, textura y aroma podía saber cómo sería la cosecha de manzanas en septiembre, de patatas en octubre, de maíz en noviembre...
Al día siguente de San Nicolás buscaba el abeto más bello del bosque y lo traía a casa. Un árbol siempre verde y frondoso era el mejor augurio para tener un año fecundo. Lo decorábamos con las mejores manzanas del lagar, con las piñas, las nueces y las castañas que habíamos recogido en el campo. La abuela Inge prepaba pan de especias y bretzels, con su lazo interior que desde tiempo de los celtas es un símbolo de fecundidad y eternidad.
Aquél era por entonces un tiempo de celebración por haber tenido todo lo necesario un año más y al mismo tiempo de espera e incertidumbre ante el Año Nuevo. Cada adorno tenía un significado, cada canción una historia que recordar.
La familia vivía estos últimos días del año con una intensidad ancestral. Los niños nos maravillábamos por cada pequeño dulce, por cada hermosa historia que nos contaba la abuela Inge.

Cada fin de año pelo una cebolla lentamente, capa a capa, tal como hacía el abuelo Hans. Yo no sé interpretar lo que veo, pero me sirve para recordar cuántos gestos con sentido han quedado en gestos y han perdido su sentido.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Un avión de juguete


Estoy en Bérgamo y mi niña tiene varicela. La ciudad es preciosa, pero también lo es la carita llena de granos de mi niña. Le compro un avioncito de juguete.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Una paella en Casablanca


Habíamos tenido el tiempo justo de ir a la Medina a comprar aceitunas, algo que siempre intentamos encajar en la agenda cuando voy a Casablanca.
Driss propuso ir a comer a algún restaurante del puerto, lo cual siempre es una buena idea en esta ciudad costera con pescado fresco y muy variado. En el menú había paella; la verdad es que esto era lo último que yo hubiera pedido, pero vi que a Driss le apetecía, así que me sumé a su petición (mínimo dos personas) segura de que aquel día iba a comer mal. Una vez más (¿cuántas van ya?) me equivoqué: tomé una de las mejores paellas de mi vida, exquisitamente cocinada con pescado y marisco y aderezada con especias locales que le daban un toque muy especial (valga la redundancia). Lo más duro fue seguir trabajando después de semejante homenaje…