lunes, 6 de abril de 2009

Olor a tren


Los trenes de ahora son cómodos y rápidos, inodoros e insípidos; viajar es conseguir llegar de un punto a otro en el menor tiempo posible. Esto me gusta porque ese es mi objetivo cuando trabajo. Hace tiempo que no pensaba en los trenes de antes cuando, el otro día, entré en mi vagón y noté un olor que había olvidado: el “olor a tren”. 
Es una mezcla de gasoil, moqueta sin aspirar, bocadillo de tortilla y perfumes. Y, como suele ocurrir, con ese olor vinieron a mi mente rápida y muy vívidamente recuerdos agolpados de mis viajes de infancia: la llegada de madrugada a Irún con mi madre y hermanos cuando volvíamos a vivir a España, con una mezcla de sueño, frío, hambre, y seguridad de que mamá se ocupa de todo. Las partidas de cartas en los compartimentos de seis plazas, siempre con uno de nosotros con fiebre y una manta. Un señor que nos enseñó a dibujar caras durante las cuatro horas y pico que costaba llegar a Madrid, dividiendo un círculo en cuadrantes. Una comida de macarrones y pollo en la mesita de mi asiento que me pareció el colmo del lujo…